FUEGO FATUO
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En una ciudad desnuda de contenidos, desprovista de sabor a vida buena, buscas ―no importa― lo que quieres que se parezca a ti, que te desplace a órbitas de tu propia fantasía, y en eso la nocturnidad ayuda con su negación de la luz chata que achica las apetencias de día. Alternabilidad deseas, sentir lo que no es cotidiano, esperar la sorpresa de una sonrisa entre rendijas humanas, viajando a través de sinuosas luces rojas, verdes, azules y sus mezclas. Apestas a hormonas amaestradas haciendo su acto habitual de ignorar a las víctimas de tu belleza, cuando en sincrónico contrapunto liberas el contoneo de tus caderas yendo de la barra al sillón, del sillón a la barra. Esperas conmoción en tus ingles, vibraciones en las bases de las orejas, labios trémulos y cosquilleos en la nuca... todo junto, pero no sabes si tu exigencia conducirá a los impredecibles laberintos del compromiso o a la electrocución espasmódica de una sola noche. La ansiedad, aunque es una bestia que has domado desde los albores de tu sexualidad, emborrona tu perspectiva y te deja en un interregno, acéfalo tu gobierno.
Y me encuentras, no tanto tú como sí las riendas que yacen sueltas en el asiento de tu cochero, descuidadas en un pretendido desdén cuya fragilidad mi mirada detecta y sortea. A la vuelta de una columna o detrás de un biombo exótico; a la altura de tu vista o en contrapicado cuando te sientas; apartando un velo de encajes impregnado de incienso; de camino al baño cuando vas a asegurarte de tus anzuelos, o regresando de él ya confirmada en tus aromas... Ahí me hallo. Bailas segura de haber sido avistada por mi solvente atrevimiento, sola, replicando empática el paso de tu amiga, insoportable en su cliché de batir la bebida con el pitillo mientras no puede disimular cuánto cree que es a ella a quien ven. Pero ella no importa, ¿verdad?, a ninguno de los dos; lo que importa y estimula es la danza privada de nuestros ojos, los tuyos marcándome por milisegundos y bajando luego sin objeto a la fluorescencia de tu trago, delatores de que mía es tu atención; los míos acechando las grietas de tus capitulaciones, cada vez mayores conforme mi vista se acera y mis labios se relajan en esa afable expresión de madurez que en las mujeres engendra confianza y sensuales ofrendas, cosa que muchas veces sin saberlo, es todo lo que un hombre busca en ellas y necesita generar para poseerlas totalmente. Fracciones de instante, sucedidas en sutiles corrientazos de excitante dulzura van construyendo el sendero por el que se deslizarán nuestras figuras en chispas consteladas, dejando regados fotogramas de exploraciones de avanzada, de expediciones de conquista: Tus mejillas empañadas por mis susurrantes indagaciones; mis dedos puliendo por turno la ajorca que destella dorada en tu tobillo, mientras tu cómplice pantorrilla nacarada es rozada por el dorso de mi brazo; tu larga falda hippie revelando que abajo habitan libres las mejor formadas protuberancias del lugar, respingadas con acento al inclinarte por encima de la barra para renovar tu bebida, en un gesto instintivo que manipulas con maestría. Tu expresión serena, de autocontrol y pretencioso dominio, más que someterme me revela a gritos la temprana etapa de tu vida, y entonces no sabes cuánto resulta que el dominador sea yo. Algún día aprenderás que una mirada firme y tranquila asistida de gestos indiferentes, no esconde tu rendición amorosa cuando gigantescas pupilas hacen equilibrio sobre la tumefacción sonrosada de tu rostro. Pero este consejo no lo recibirás de nadie hasta que salga el sol, porque amanecerás conmigo. Así, al poco mi mano es tuya, llevándotela a los labios para humedecer mi índice y dibujar con él una cruz en mi boca. Así, al poco tu cintura es mía, convirtiéndose mis manos en su horma y calentándose con mi cercanía. La velada se sella entonces, sin retrocesos, sentenciada a darnos ese gran placer que sólo ofrece la seducción consumada de un extraño una noche de sábado. Pero nada más habrá. Aunque la negrura nocturna y su alba celestina hayan sido memorables, y tus ojos titilantes no lo ocultaran al despedirte con un “llámame” sincero, es mi cortés deseo que no pase por tu sensible imaginación la proyección de una pareja duradera; es mi gentil propósito que no te nazcan expectativas de una relación. Porque algo así no sólo languidece en las turbulencias de mi sangre, no sólo echa raíces cada vez más profundas en el aburrimiento, floreciendo en menguas prolongadas y miserables pérdidas de libertad. También impide volver a la emoción del descubrimiento, al embriagador encuentro de miradas recíprocas, a la dulce primera certeza de gustarle a alguien; condena experimentar las sutiles aprobaciones mutuas delatadas por el fugaz sostenimiento de una mirada o el esbozo de una sonrisa sin motivo; entierra la esperanza de lo nuevo, del futuro placer incógnito. Mata la posibilidad de todo eso, con otras, muchas más... Vivan, como siempre, más noches, más experiencias como la tuya, con su fulminante embeleso infértil, dentro de un presente huracanado, sin pasados quejumbrosos ni futuros de esclavitud. Son el pináculo desde el que sólo se puede ir hacia abajo, y no le gustan los descensos a mi corazón. Por eso él ha aprendido a encontrar deleite siendo adicto a la pasión sin sustancia, vacía de planes reales, ésa que se alimenta de seducciones peregrinas y abortos de compromiso; ésa que en la vida me ha dado placeres incomparables. Derechos reservados - Marlon Lares, 2017 |